Señor, yo acepto la vida si te place enviármela.
yo la acepto, Señor, con el dolor de cada día
y la cruz de cada instante.
con el lento y cansino cansancio de vivir lentamente,
sin ilusión ninguna en el instante futuro.
yo la acepto con sus cosas y sus hombres,
sin amor ni apego a nada...
sin raíces, Señor, que me unan, a este caminar sin esperanzas.
nada amo, Señor, sino todas las cosas
en cuanto son reflejo de tu amor y belleza.
y su vista me llena de resignada esperanza.
a nadie quiero sino a cada hombre
porque son imagen tuya
con el dolor inmenso de no sentir tu única amistad
como único anhelo de mi alma,
ya cansino y apagado, pero vehemente y en rescoldo.
acepto, Señor, sí, acepto la vida
porque te place enviármela.
y aunque no me la comprendo, de rodillas te doy gracias.
soy feliz en la existencia, Señor,
porque la he recibido de tus manos,
y Tú sabrás, ‑yo no lo sé, ‑ porqué dármela.
no me encuentro sentido, ‑tan pequeño me encuentro,‑
pero sé que si me tienes, Tú sabes mi sentido.
por eso soy feliz.
yo nada sé. Tú lo sabes todo. y eso me basta.
y acepto la muerte como mi gran Pascua.
cuando llegue, Señor, terminará mi destierro, mi caminar,
y todo adquirirá sentido,
y se abrirá en gozo pleno,
en Ti, Señor, de mi vida y de mi muerte.
amén.
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